martes, 24 de abril de 2018

Quema del Quijote


Leo en el periódico digital EsDiario el siguiente titular: «El PSOE y Podemos "celebran" el Día del Libro en Alcalá quemando un Quijote». Y dice:
–En la ciudad natal de Miguel de Cervantes, cuyo "Ayuntamiento del cambio" es famoso por coleccionar imputados, se ha quemado una falla valenciana con el Quijote y Cisneros dentro. En concreto, encargó una falla en la que aparecía un Quijote recostado y el Cardenal Cisneros para conmemorar el 23 de abril y la concesión al municipio, hace 20 años, del título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, pese a que el aniversario exacto fue el pasado mes de diciembre. Según las imágenes que el propio Ayuntamiento complutense difundió en las redes sociales, el acto consistió en colocar el montaje en una plaza céntrica de la ciudad, rodeada por vallas y junto a los juzgados, para prenderle fuego delante de cientos de vecinos…
Y termina:
–Alcalá de Henares está gobernada por una coalición de PSOE, una marca blanca de Podemos y una expulsada de IU y es, tal vez, el consistorio español con mayor número de imputados: hasta siete de los catorce concejales del Gobierno, incluido el alcalde Javier Rodríguez Palacios, están imputados en distintas causas o tienen problemas legales fruto de su gestión.


Una gracieta en pleno siglo XXI. Habría que remontarse al 5 de mayo de 1933, cuando estudiantes pronazis sitian la plaza de la catedral de Münster, a escasos cien metros del Colegio Mariano, donde se alojaba Edith Stein (quien por ser judía había sido desposeída un mes antes de su cargo de maestra), y montan una «picota de la vergüenza», es decir, toda una pila de libros «degenerados» de autores principalmente judíos. Edith ha de pasar por delante de semejante infamia para ir a la ciudad. Finalmente, el 10 de mayo, junto con las demás ciudades universitarias alemanas, los camisas pardas y juventudes hitlerianas prendieron fuego a esos «escritos judíos destructores» como reacción, denuncian ellos, a la amenaza del judaísmo mundial contra Alemania. Más de 20.000 volúmenes fueron quemados en el Bebelplatz de Berlín; de 2.000 a 3.000 en todas las otras grandes ciudades. Alrededor de 40.000 libros, incluyendo obras de Karl Marx entre otros autores. Publicaciones de filósofos, científicos, poetas y escritores, considerados peligrosos y antigermánicos. Se cuenta que Sigmund Freud comentó al enterarse:
–Es un gran progreso con respecto a la Edad Media; ahora queman mis libros, y entonces me hubieran quemado a mí.
En el centro de la Bebelplatz, como recuerdo permanente de aquel acto de incultura, hay una losa de cristal en la que es posible apreciar unas estanterías vacías y una premonitoria frase tomada de un libro del poeta Heinrich Heine, judío alemán, escrito en 1817:
–Eso sólo fue el preludio; ahí donde se queman libros, se termina quemando también a las personas.
Pero la quema de libros abarca la historia de la humanidad. Y en ello, la propia Iglesia contiene páginas vergonzantes de intransigencia inquisitorial. Tal vez, pensando en ello, y bajo el prisma del humor, Miguel de Cervantes escribió ese capítulo VI de la primera parte del Quijote, donde al divino loco, a su vuelta a casa después de su primera salida a desfacer entuertos, mientras está postrado en cama, le expurgan su biblioteca. Cómo el cura, el barbero, la sobrina y el ama arrojan por la ventana al corral los libros de caballerías, poemas épicos y novelas pastoriles para ser pasto del fuego.
En 1479, se quemó en Salamanca el tratado De confessione del Martínez de Osma, el maestro de Nebrija. Con toda solemnidad. En la predicación de la misa, el orador desarrolló el lema: «Nolite sapere plus quam oportet» (No queráis saber más de lo que conviene). O aquella «santa ignorancia» que le predicaban en México a la poetisa sor Juana Inés de la Cruz (segunda mitad del siglo XVII).
En 1553, en la ciudad universitaria de Bolonia, que en aquel momento pertenecía a los Estados Pontificios, fueron quemados cientos de ejemplares del sagrado Talmud de los judíos por orden del Santo Oficio. Y un año más tarde, 13 de agosto de 1554, el mismo San Ignacio de Loyola en carta a Pedro Canisio, conocido como el segundo apóstol de Alemania:
–Convendría que todos cuantos libros heréticos se hallasen, hecha diligente pesquisa, en poder de libreros y particulares, fuesen quemados o llevados fuera de las fronteras del reino. Otro tanto se diga de los libros de los herejes, aun cuando no sean heréticos, como los que tratan de gramática, o de retórica, o de dialéctica, de Melanchton, etc., que parecen que deberían ser de todo punto desechados en odio a la herejía de sus autores.
Son otros los tiempos hoy. El bibliocausto debe erradicarse. Y lo actuado por el Ayuntamiento de Alcalá de Henares es un caso aberrante de ignorancia y estupidez. La palabreja «bibliocausto» no he sido yo quien la ha inventado: bibliocausto (biblion = libro; kaustos = quemado). Fue la revista norteamericana Times quien la creó el 22 de mayo de 1933, cuando publicó el reportaje de la periodista Dorothy Thompson, donde contaba que los libros de su marido Sinclair Lewis fueron quemados en la hoguera junto a los de Hemingway, John Dos Passos y otros, en la Alemania nazi. Ello le supuso la expulsión de Alemania.

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