martes, 20 de febrero de 2018

Nacimiento de santa María de la Purísima

Hoy, 20 de febrero, se cumplen 92 años del nacimiento de María Isabel Salvat Romero en la calle Claudio Coello de Madrid, en la misma casa donde muriera en 1870 Gustavo Adolfo Bécquer. Hoy ya en los altares con el nombre de santa María de la Purísima. Entró en las Hermanas de la Cruz el 8 de diciembre de 1944, festividad de la Inmaculada Concepción. La acompañaron a la Casa Madre de Sevilla su madre Maína y su hermana Margarita.
María Isabel se siente contenta tras sus primeros días en el convento. Ha de saber moverse por una casona tan grande. Y seguir los horarios de rezos y demás… Aprender. Sentir que puede sobrellevar la estricta vida de las Hermanas de la Cruz.


 En la primera carta que le envía a su madre, le dice:
–Si te pongo al final que «estoy muy contenta», ven a buscarme; si te digo «estoy contenta» es que es verdad, no vengas.
Comenta su hermana Margarita:
–Lo puso de contraseña, y ella contaba que le puso «estoy contenta».
Seis meses después, el sábado 9 de junio de 1945, recibió el hábito y comenzó su noviciado que durará dos años. Presidió la ceremonia el padre José María Machiñena, superior de los Redentoristas de Madrid, que ha viajado a Sevilla con la madre de María Isabel. Ni siquiera esta vez acude don Ricardo, su padre, enfrascado en los negocios y opuesto hasta el final de esa vocación de su hija. A María Isabel le pusieron de nombre María de la Purísima de la Cruz.
Quisiera especular un poco sobre su nombre de religión.
¿Por qué Purísima y no Inmaculada?
Dicen lo mismo, significan lo mismo, pero el vocablo «Purísima» tiene una connotación muy sevillana. Cuando a principios del siglo XVII Sevilla vivió con pasión el misterio inmaculado, hasta el punto de ganarse con honra el bello título de ciudad de la Inmaculada, comenzó también a propagarse la bonita costumbre de saludarse con el «Ave María Purísima», para contestar «Sin pecado concebida». Y surgen igualmente denominaciones cofrades con el título de la «Pura y Limpia» o de la «Purísima».
A María Isabel –¿lo eligió ella? ¿se lo sugirió la maestra de novicias?– le tocó en suerte el nombre de una denominación muy sevillana. Ella quería, puesto que hizo una novena a la Inmaculada para ablandar el corazón de su padre, llamarse como la Santísima Virgen en su misterio inmaculado. Pero no creo que fuera idea suya nombrarse Purísima y no Inmaculada.
Y así será desde este momento. Con el añadido «de la Cruz», que todas las Hermanas agregan a su nombre de religión.
María Isabel será desde ahora Sor María de la Purísima de la Cruz.
¿Saben las postulantes o novicias quien es la nueva compañera?
Saben que ha venido de Madrid, que es madrileña. Pero nada más. En la Compañía de la Cruz, los antecedentes familiares se archivan en el recuerdo interior y no salen a la luz. No saben que es de familia bien, que habla perfectamente inglés y domina el francés, que ha superado el examen de Estado con el título de Bachiller y que en vez de ir a la Universidad, se ha vestido de ese hábito pardo y calzado alpargatas y es una más, sin relieve exterior, así de simple.
Pero su distinción y su porte no lo puede obviar. Y su sonrisa y su amabilidad. Las cartas a la familia son tardías y espaciadas. Y en ninguna de ellas aparece la señal cifrada que ha pactado con su madre. Siempre escribe: «Estoy contenta»; nunca: «Estoy muy contenta».
En el segundo año de noviciado, las novicias participan ya de todos los ministerios del Instituto: limosna, asistencia a enfermos, colegio, velas a domicilios, etc., porque, antes de profesar, la novicia tiene que conocer a lo que se va a comprometer. El primer año no se participa más que de las tareas de la casa y formación.
Algo de ello ha contado por carta a su familia, porque don Ricardo, en carta a su hija Margarita que se halla en Nueva York, con fecha 8 de octubre 1946, le dice:
–Las noticias que tenemos de María Isabel son buenas. Después de mucho tiempo ha escrito el día 22. Está contenta; parece que ha empezado a visitar a los pobres y además le han encargado de una clase de niñas. Supongo que le gustará más visitar que enseñar a las niñas, aunque dice que está muy contenta porque se trata de niñas pobres.
El 4 de noviembre, don Ricardo escribe de nuevo a Margarita:
–María Isabel, según ella, es muy feliz; según tu madre, lo es más; según yo, estoy en un estado dudoso. La última carta que recibí de ella me pintaba un esplendoroso cuadro en el cielo donde toda la familia nos hallaríamos reunidos gozando de todas las bendiciones celestiales, y a mí me dio tal escalofrío que le contesté: «Niña, tenemos tiempo y no me corre ninguna prisa tal reunión».
Desgraciadamente, quien acudirá primero a la reunión celestial será don Ricardo, que morirá dos meses después de esta premonitoria carta.
Escribe a continuación:
–Para mí es un caso perdido, y salvo una conmoción producida por la desintegración del átomo o por los rayos dirigidos, no la sacamos del convento, donde según tu madre hará una gran carrera: Será Fundadora y Superiora y morirá en olor de santidad.
Fundadora, no, pero Superiora general de las Hermanas de la Cruz y fallecida en olor de santidad, sí ocurrirá. Al tiempo.

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