domingo, 26 de noviembre de 2017

Sin pecado original, que lo manda el Papa

Un correo extraordinario salió de Roma con un decreto pontificio para Felipe III. El correo llegó a Madrid el 8 de octubre de 1617. Saltó la noticia a la calle y corrió la voz de que incluso un prodigio se había obrado ante la hornacina de una Concepción pintada en la pared en la Puerta del Sol. Se decía que al apearse el correo que traía el decreto de Roma, se encendió milagrosamente una lámpara sin que nadie la hubiera alimentado.
En la corte se dispuso una misa solemne en acción de gracias con procesión, organizada por don Diego de Guzmán, patriarca de las Indias, que es «quien guiaba la danza», en expresión irónica del nuncio. Pero Caetani, siguiendo indicaciones de Roma, que no quería manifestaciones de júbilo para no herir a la parte contraria, lo pudo impedir. Y así, con un fervor popular contenido y cierta tibieza, se vivió la llegada del buleto a la corte.


 Pero en Sevilla no será así. Aunque le pese al nuncio. El domingo 15 de octubre se desató un júbilo desbordante. A las cinco de la tarde, vino con la estafeta el buleto de Roma que había llegado días antes a la corte de Madrid. A las tres horas, ya era público en toda la ciudad. El arzobispo y luego el cabildo «enviaron al fiscal por todas las parroquias a que repicasen… repique que tuvo desde las doce de medianoche hasta las seis de la mañana, extendiéndose el caso por la ciudad, indecible lo que en Sevilla pasó esta noche, y dos siguientes de fuegos, corro de gentes, luminarias, bailes, compañías de soldados, máscaras... un espanto de gozo y alegría universal».
La calle Génova se llenó de gente que gritaba: Sin pecado original. En Sierpes muchachos repetían: Sin pecado original. Los franciscanos hicieron candelas en el compás de su convento. En la plaza de San Francisco apareció un estandarte de la Concepción, mientras sonaban las trompetas y chirimías. Otros corrían por la ciudad, «no cantando sino a gritos»: Sin pecado original, que lo manda el Papa. En la calle Colcheros (actual Tetuán) colgaron de un pie el pecado original, vestido de luto. «La ciudad se llenó de luces y repiques de campanas...».
A la mañana siguiente, lunes 16, se reunió el cabildo y acordó que al mediodía repicasen las campanas –ya lo había hecho espontáneamente durante la noche– y que al domingo siguiente, 22 de octubre, hubiera una procesión general de acción de gracias procesionando a la Virgen de los Reyes y convidando al clero y religiones y al cabildo de la ciudad.
El cabildo secular ordenó que se alegrase la noche con luminarias y fuegos con chirimías y trompetas.
Y todo, ¿por qué?
El buleto venido de Roma es el decreto Sanctissimus Dominus noster, fechado el 31 de agosto de 1617 y firmado por el Papa, en el que se decía que «en adelante, hasta tanto que Su Santidad o la Santa Sede lo defina o lo derogue, nadie se permita afirmar públicamente, en sermones, lecciones o conclusiones y otros actos de cualquier naturaleza que la Santísima Virgen fue concebida en pecado original».
Un pequeño triunfo de la embajada española, formada por el arcediano Vázquez de Leca y Bernardo de Toro, para conseguir de Roma la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de María, cosa que no se logró, aunque sí acallar a los predicadores de la opinión rigurosa frente a la pía opinión, acogido con júbilo y fiesta al llegar el decreto a España.
La gente vivía con tal calentura el anuncio del buleto, que llegaron a invadir el patio del palacio arzobispal y obligar al viejo arzobispo a salir al balcón para compartir esa noche de jolgorio.
El arzobispo tuvo un gesto indulgente. Ordenó soltar todos los presos por deudas de sus cárceles, obligándose su señoría ilustrísima a pagar a los acreedores.
La Virgen de los Reyes fue paseada la mañana del domingo 22 de octubre por bajo de Gradas de la catedral. Iban todos: la clerecía, las religiones, las hermandades, el arzobispo... Al término de la procesión, comenzó la misa solemne, con predicación, cosa admirable, del provincial de los dominicos, Maestro Cano.
Y se repitieron las manifestaciones populares, y se prodigaron las máscaras, es decir, esas compañías de nobles que corrían a caballo la ciudad con hachas encendidas. Y los triduos, octavarios y novenarios en las iglesias.
Era una forma sutil de responder a los maculistas, que, agazapados, qué remedio, ante el jolgorio popular, hacían atisbos de dar la cara cuando podían.
Los jubeteros han montado unas máscaras. También los barberos y cirujanos. El 13 de noviembre, el gremio de gorreros y sederos se luce con un gran torneo. Y el 26, los plateros montan un paseo de gala.
El convento Casa Grande de la Merced calzada lo ha celebrado con un triduo solemne. La parroquia de Omnium Sanctorum, con un novenario y encamisadas y luminarias por el barrio de la Feria. La parroquia de San Miguel, con un novenario y luminarias en el frontero palacio de los duques de Medina Sidonia. Un octavario organizó la parroquia de San Marcos. Y lo mismo la parroquia de Santa Ana, en Triana, y el convento mercedario descalzo de San José. Un triduo, el Hospital de San Lázaro, extramuros de la ciudad... Y etcétera.
Los negros de la ciudad tienen una hermandad titulada del Santo Cristo de la Fundación y María Santísima de los Ángeles, conocida popularmente como Los Negritos. Aman a la Virgen, son muy fervorosos de la opinión pía, quieren unirse a los festejos, pero no tienen dinero para costear los cultos. Entonces dos negros se ofrecieron como esclavos para conseguir los doscientos pesos necesarios. La tradición sevillana cuenta que el trato se hizo en la calle de Catalanes (hoy Albareda), junto a los muros del convento de San Francisco. Serrano Ortega encontró en el Archivo de la Catedral un precioso documento que confirma la leyenda de estos negros que vendieron su libertad:
–Fernando de Molina, Hermano mayor de esta Cofradía, y Pedro Francisco Moreno, que hace el oficio de alcalde en ella, decimos: que faltando el dinero para nuestra fiesta: y no teniendo modo de haberlo: con altas voces que dimos pregonamos: que si se hallase alguno que diese sobre nuestras personas que éramos libres doscientos pesos de a ocho, nosotros quedaríamos por esclavos de quien los diese para nuestra fiesta. Oído esto, salieron algunos devotos y nos dieron hasta ochenta pesos de limosna, y Gerónimo Rodríguez de Morales nos ha prestado ciento y veinte sobre nuestras cartas de libertad con que ya tenemos para nuestra fiesta que puede cuando quisiere determinarla la cofradía.
El arzobispo de Sevilla, el anciano don Pedro de Castro, animado por el buleto, quiere hacer voto solemne de defender el misterio inmaculado el 8 de diciembre. Los canónigos se adhieren unánimes, y el cabildo de la ciudad. Pero ese día en que la ciudad de Sevilla hizo voto en defensa de la Concepción Inmaculada de la Virgen María merece un capítulo nuevo, llegado su día.

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