viernes, 11 de agosto de 2017

San Antonio de Padua, si quieres el Niño Jesús, dame un novio

En la madrugada del 7 de agosto, en Bormujos, pueblo cercano a Sevilla, robaron de la parroquia el Niño Jesús, que pertenecía a la talla de San Antonio de Padua, imagen del siglo XVIII. Por suerte, un día más tarde fue encontrado tras una cancela junto a la iglesia. El que no hubiera ningún otro daño o desperfecto en la parroquia, me hace intuir qué ha podido ocurrir. Para mí, que ha sido una chica que se lo ha querido llevar para que el santo le consiga un novio. Pero le vendría el miedo por el alboroto que se formó en el pueblo y lo devolvió enseguida.
  

Esta costumbre casamentera de San Antonio de Padua, arraigada en Sevilla y alrededores, proviene al parecer del siguiente suceso que se cuenta en la historia del santo.
Había en Italia una chica, hija de una mujer viuda, que tenía unas ganas locas de casarse. Su sueño, y el de su madre, era conseguir un buen partido que sacara a las dos de las apreturas de la vida. La joven hacía novenas tras novenas a una imagen de san Antonio que tenía en casa, pero parecía que el santo no le hacía el menor caso. Incomodada de su sordera, arrojó su imagen por la ventana y vino a dar sobre la cabeza de un transeúnte, que, frenético y furioso, penetró en la casa con ánimo de resarcir tal ofensa. ¡Y llegó el flechazo...!
Esto se ha traducido, en versión sevillana, en robar el Niño Jesús, que lleva entre sus brazos toda imagen del santo de Padua y no devolverlo hasta conseguir su propósito de tener un novio.
Hace unos años, me contó el siguiente sucedido don Francisco Cruces, párroco de San Pedro de Sevilla, un venerable cura al que quise de verdad. En la parroquia hay un altar con la imagen de San Antonio de Padua. Y un Niño Jesús en sus brazos, que muy bien puede ser sustraído, subiéndose a una silla en un momento en que el templo se halle vacío.
Acudió una chica a la sacristía y le confesó al párroco:
–He tenido tentaciones de llevarme el Niño Jesús de la imagen de San Antonio de Padua, pero me he arrepentido.
–¿Y para qué lo querías? –le preguntó don Francisco Cruces.
–Para que me diera un novio.
–Pues, ea, llévatelo y cuando tengas novio me lo traes.
Al mes volvió la chica con el Niño Jesús. Había conseguido el novio.
Quisiera resaltar aquí la bonhomía de este querido párroco. No todos hubieran tenido la misma salida que él tuvo. Confió en la chica, la chica tuvo de San Antonio el novio, y aquí paz y después gloria.
San Antonio de Padua es uno de los santos más queridos de la cristiandad. Un santo verdaderamente internacional, amado e invocado por multitud de devotos. ¿Me pregunto el porqué de su fama? Su aspecto físico no era particularmente atrayente, más bien bajo y rechoncho, y murió a los 36 años de hidropesía. Pero ahí está en el santoral de la Iglesia, en primera línea: conviven en la veneración de este portugués la admiración por su excepcional cultura con la fe de la gente humilde para quien siempre ha sido el taumaturgo dispuesto a prestar el auxilio en todo aquello que se le pida.
Los portugueses le llaman san Antonio de Lisboa, porque allí nació hacia 1195. Pero su vida discurrirá en Italia como franciscano y morirá en Padua donde se halla enterrado en la basílica de su nombre.
Santo popular, milagrero y querido de la gente del pueblo, no solo es el santo de las chicas que buscan novios, también de los objetos perdidos, y de tantas otras cosas que la devoción popular ha encontrado en este santo. Es tradición que los estudiantes de Padua, cuando llegan las fechas de los exámenes, se acercan sigilosamente a la basílica del santo e imploran su protección especialmente ante el relicario que contiene su lengua. Para que les ayude a mover la suya con sabiduría en el examen del día siguiente. Los frailes recitan todavía la plegaria que san Buenaventura pronunció el día que encontró incorrupta la lengua entre los restos de san Antonio: «¡Oh lengua bendita, que siempre bendijiste al Señor, e hiciste que otros lo bendijeran, ahora se ve cuán grandes fueron tus méritos ante Dios!».
Su fama de encontrar los objetos perdidos viene de un suceso que le ocurrió en la ciudad de Montpelier. Un fraile robó al santo un cuaderno, donde había escrito unos comentarios a los salmos. La oración del santo convirtió al ladrón, que devolvió al propietario el objeto robado.
Un santo tan querido por los fieles, que esperan de él tantos favores, no debe hacernos olvidar la imagen del profundo teólogo y gran pensador de su tiempo. Y si fue tan popular su predicación, fue sencillamente porque se dirigía al pueblo en su propia lengua y no en un latín que el pueblo no entendía. Pío XII, en 1945, lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de Doctor evangelicus.

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