domingo, 20 de agosto de 2017

Cardenal Bueno Monreal, 30 años de su muerte

Los curas mayores de la diócesis de Sevilla, que al parecer estamos ya bien amortizados, guardamos un grato recuerdo y sentimos la añoranza del cardenal Bueno Monreal, arzobispo de Sevilla en nuestros años jóvenes. Hoy, 20 de agosto, se cumplen 30 años de su muerte. Y quisiera honrar una vez más la memoria de quien hizo honor a su apellido Bueno. Verdaderamente fue un hombre bueno. Con sus zapatos de pastor, con sus medias color púrpura, y su báculo, Bueno Monreal descansa en la capilla de San José de la catedral de Sevilla bajo una sencilla lápida de bronce, el que ha sido el obispo más querido de sus curas en el siglo XX después del beato Spínola.


Bueno Monreal, que pasaba las vacaciones de verano en Ciordia, a 55 kilómetros de Pamplona, murió en la Clínica Universitaria de Pamplona de un paro cardíaco el 20 de agosto de 1987. Iba a cumplir el próximo 11 de septiembre 83 años. Sesenta años de sacerdocio, veintinueve de cardenalato y treinta y tres en la archidiócesis de Sevilla. Su pontificado sólo fue superado en años por san Isidoro, en el siglo VII.
Arzobispo emérito desde 1982, padeció el 3 de febrero de ese año, en la visita ad limina a Roma, una trombosis cerebral que le afectó el habla y la movilidad de medio cuerpo. Un habla extraña, más cercana a la de una tribu africana que a otra cosa, cuando repetía siempre:
–Biongo, biongo, tsé, tsé, tsé...
Una enfermedad que encadenó su lengua, como escribió Martín Descalzo, pero no su corazón.
Giancarlo Zizola, especialista en historia moderna de la Iglesia y experto vaticanista, en su libro La otra cara de Wojtyla, dice lo siguiente:
–Una mañana de 1980, en el Sínodo sobre la familia, (el papa) había perdido la paciencia mientras hablaba con los cardenales alemanes: «Demasiados hablan de replantearse la ley del celibato eclesiástico. ¡Hay que hacerles callar de una vez!». En la misma época el cardenal español José María Bueno Monreal había osado decir al papa durante una audiencia: «Santidad, mi conciencia de obispo me impone hacerle presente que existen problemas como los del celibato, la escasez de clero y la cantidad de sacerdotes que siguen esperando la dispensa de Roma». «Y mi conciencia de papa me impone echar a su eminencia de mi despacho», habría sido la respuesta de Wojtyla. En los días siguientes el cardenal sufrió un infarto. Poco después se le aceptó su dimisión.
Tengo referencias de que el encontronazo, más que encuentro, de Bueno Monreal con Juan Pablo II existió con motivo de las secularizaciones sacerdotales, pero hay que distanciarlo en el tiempo y situarlo en un momento anterior a este último encuentro con motivo de la visita ad limina, que ha sido cuando le dio la embolia cerebral.
Como también esa salida del cardenal, muy propia de él. Tenían que llegar unos documentos de Roma que se demoraban. Y surgió el enfado del cardenal:
–¡A ver si el papa deja de viajar tanto y se sienta en su despacho!
El cardenal Tarancón afirmó de Bueno Monreal tras su muerte:
–Fue siempre un consejero formidable, porque era un hombre que jamás perdía la calma ni la sonrisa. Era un colaborador tan leal que, en los momentos difíciles, podías contar siempre con él... Era un hombre conciliador. En la Conferencia Episcopal siempre impresionaba la claridad de sus intervenciones y tenía una gran ascendencia en los demás obispos.
Y José María Cirarda, que fue su obispo auxiliar:
–Pocos hombres más inteligentes que él, pocos hombres más buenos que él y al mismo tiempo tan amantes de la pobreza como él.
Era un hombre del régimen, jamás lo negó. En cierta ocasión, Franco, afectado por algún incidente con la Iglesia, le dijo:
–La Iglesia está en contra mía.
Y Bueno Monreal le contestó:
–No, Excelencia, la Iglesia no está contra usted. La Iglesia está a favor de la verdad y la justicia.
Le tentaron con la sede primada de Toledo. Antonio María Oriol, ministro de Justicia, le ofreció Toledo.
–Pero, señor ministro, si yo soy cardenal de Sevilla...
–Eminencia, Toledo es la Sede Primada de España.
–Mire, el primo sería yo si estando tan a gusto como estoy en Sevilla, la dejara para irme a Toledo.
Bueno Monreal fue un converso del Concilio Vaticano II, lo mismo que Tarancón, y como tenía un carácter «bueno», se adaptó y de qué manera a los tiempos nuevos. Casimiro Morcillo, que fuera obispo de Bilbao y Madrid, muy del régimen, le dijo un día:
—Pepe, me han dicho que te has cambiado de camisa.
Y Bueno Monreal le contestó:
—Lógico, no cambiársela es de guarros.
Si había algo en Bueno Monreal que lo distinguiera era su enorme humanidad. Y la mejor prueba de ello es de qué forma más humana, es decir, cristiana, supo llevar la crisis de los sacerdotes que se secularizaban. Cuento una anécdota que no deja de ser leyenda urbana, puesto que no he podido poner nombre y seña al sujeto. Acudió un sacerdote ya maduro de edad al cardenal y le dijo que se había enamorado y pensaba dejar el sacerdocio. ¿Reacción del cardenal? Lo miró con cara de bondad y le dijo:
–¡A nuestra edad, tú y yo, adónde vamos a ir que estemos mejor!
Y la respuesta del sacerdote:
–¡Pues tiene razón, señor cardenal!
Y se quedó de sacerdote.
Pero hubo tantos otros, todos, a los que el cardenal recibía con cariño de padre. No conozco ningún cura secularizado que no hable bien del cardenal Bueno Monreal.
Mi sentido agradecimiento al obispo que me ordenó de presbítero en la catedral de Sevilla. Treinta años de su muerte y su recuerdo perdura con nostalgia, en mí y en tantos curas mayores, que ya somos menos.

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