Hoy, 17 de mayo, celebra la Iglesia la fiesta
de un pobre lego franciscano de la reforma alcantarina. Con su humilde sayal,
que oculta los cilicios con que mortifica su cuerpo, camina hacia París. En su
zurrón lleva una carta del provincial de España para el padre general, que
reside en la capital francesa. Es el año 1576. Francia está infestada de
calvinistas, que maltratan al fraile por donde quiera que pasa. Una vez la cosa
pasa a mayores; percibe en su costado un puñal y oye esta pregunta:
–¿Dónde está Dios?
–En el cielo –farfulló el frailecito al
que le amenazaba con el puñal. Pero después se sintió culpable de su descuido y
falta de memoria, por no haber proclamado que Dios se halla también en el
Santísimo Sacramento y en todas partes.
–¡Ay de mí! No he confesado mi fe en la
Eucaristía.
Es Pascual Bailón, a quien León XIII
proclamó patrono de las obras eucarísticas y de los Congresos Eucarísticos
Internacionales. De familia muy humilde, aragonés, nacido en Torrehermosa en
1540, hace de pastor durante su infancia y juventud. Pasa al reino de Valencia
y a los 24 años, después de dura prueba, ingresa en los franciscanos de la
reforma alcantarina. Durante toda su vida será un humilde hermano lego, que
ejercerá los oficios de portero, hortelano, cocinero y limosnero. Un iletrado
de la vida, que resulta ser un gran «teólogo» de la Eucaristía por su devoción
ilimitada y sus éxtasis. Permanecía en la iglesia el mayor tiempo posible, y
siempre junto al sagrario. Frecuentemente, durante la misa, entraba en éxtasis
en el momento de la consagración. En todo pueblo al que acudía para pedir
limosna para el convento, su primer saludo era siempre para el huésped del
sagrario. Por eso, los imagineros le representan con hábito de franciscano y
con un cáliz y la hostia sobrepuesta.
Nació en Pascua de Resurrección: por eso
sus padres le pusieron por nombre Pascual. Y su muerte tuvo lugar el día de
Pentecostés, la definitiva Pascua del cielo, poseído como se hallaba de los
dones del Espíritu Santo. A punto de morir, le pregunta al hermano que lo
cuida:
–¿Han dado ya la señal para la misa
mayor?
–Sí –le respondió.
Y se durmió en el Señor. Era el 17 de
mayo de 1592, en el convento de Villarreal (Castellón), donde pasó los últimos
años de su vida y donde se veneran sus restos. Se cuenta que durante las
exequias, en el mismo instante de la consagración, abrió por dos veces los ojos
para contemplar la Eucaristía mostrada por el sacerdote.
Fue beatificado en 1618 por Paulo V y
canonizado por Alejandro VIII en 1690. León XIII, en 1897, lo declaró patrono
de las asociaciones eucarísticas, porque «había descollado entre los santos más
amantes del misterio de la fe y del amor, y así no sólo las Congregaciones ya
fundadas, sino todas las que en adelante se fundasen, debían tomarle por
dechado ejemplar de su amor a Jesús Sacramentado».
Conocido por san Juan de Ribera, santo
sevillano, patriarca de Valencia, discutía este santo con un religioso sobre la
humildad de Pascual Bailón.
–Padre –decía el patriarca al religioso–,
los humildes y sencillos nos dejan y se van al cielo. ¿Qué haremos nosotros?
Quememos los libros y seamos humildes.
Pero el religioso contestó:
–Señor, los libros no tienen la culpa,
sino nuestra soberbia. Quemémosla y seamos humildes.
–Tenéis razón, tenéis razón –exclamó el
patriarca.
San Pascual Bailón en patrono en México
de las cocineras. Desde tiempos remotos, las mujeres mexicanas tenían a san
Pascual Bailón en la cocina, y si querían que la comida estuviera buena y a
tiempo, imploraban al santo. Le rezan diferentes coplas, pero son más efectivas
si también se bailan:
–San Pascual San Pascualillo, tú te
encargas del caldillo, mientras yo me tomo un vinillo.
O también esta otra:
–San
Pascual Bailón, báilame en este fogón, tú me das el sazón, y yo te dedico un
danzón (o una canción).
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