sábado, 3 de octubre de 2015

Francisco de Borja, el duque jesuita

La familia Borja, y más concretamente el italianizado apellido Borgia, suscita en la mente de todo lector un poco ilustrado en la historia de España, y también en la de Roma, una sacudida de sensaciones. Enseguida le llegan asociaciones de ideas de una Casa de Borja compuesta por unos personajes del Renacimiento de muy distinto talante moral: justos y deshonestos, clérigos y guerreros, pecadores y santos. Nombres conocidos como Rodrigo de Borja, el papa Alejandro VI, Lucrecia o César Borgia. En esta familia tan variopinta, Francisco de Borja se halla entre los clérigos santos.
La casa de Borja fue una familia noble, originaria del pueblo aragonés de Borja y establecida en Játiva, reino de Valencia, y posteriormente en Gandía. Francisco de Borja nació el 28 de octubre de 1510 en Gandía, primogénito de siete hermanos, hijo de Juan de Borja, tercer duque de Gandía, y de Juana de Aragón. Por línea ilegítima paterna, era biznieto del papa Alejandro VI; y por la materna, del rey Fernando el Católico, y sobrino segundo de César y Lucrecia Borgia.


Francisco de Borja, de Martínez Montañés, Sevilla.

Se educó en un ambiente de religiosidad, con especial influencia de su abuela María Enríquez y de su tía Isabel, que ingresaron en el convento de las clarisas de Gandía y tomaron los nombres de María Gabriela y Francisca, respectivamente. Según la costumbre de la época, un primogénito debe dedicarse a las armas y a la posición civil de gentilhombre. Su madre se lo inculcaba de muy pequeño:
—Hijo, tú necesitas armas y caballos y no imágenes y sermones. Yo pedí al cielo un duque y no un monje. Sé devoto, Francisco, pero no dejes de ser caballero.
En 1528, con dieciocho años, pasó a la corte de Carlos V, donde se entregó con pasión a los ejercicios militares y de caza, y a las fiestas de toros, torneos y justas. La emperatriz Isabel le dio por esposa en 1529 a su dama de honor, la portuguesa Leonor de Castro, casamiento que se celebró en el palacio real de Valladolid. Del matrimonio Borja-Castro nacieron ocho hijos, cuatro varones y cuatro hembras. Francisco de Borja llevó siempre vida ejemplar en la corte y se preocupó como padre de la educación de sus hijos. En las largas ausencias del emperador por Europa, permaneció junto a la emperatriz. En 1534 y la primera mitad de 1535, Carlos V los pasó en España, donde estudió en compañía de Francisco de Borja matemáticas, historia y cosmografía, bajo el magisterio de Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo imperial.
El 1 de mayo de 1539 murió en Toledo la emperatriz Isabel, a los 36 años de edad. Borja formó parte de la comitiva que acompañó sus restos mortales a Granada para ser sepultados. Al llegar a Granada y antes de ser depositado el cadáver de la emperatriz en el panteón de la Capilla Real, fue contemplado por última vez por todos los nobles y magnates que habían formado el cortejo mortuorio. Unos tras otros, se acercaron al cadáver para jurar su identidad. Cuando llegó el turno a Francisco de Borja, recibió tal impresión al contemplar el rostro descompuesto de la que fue encanto y esplendor de belleza de la corte de Carlos V, que sintió la caducidad de esta vida y renació en él los deseos de su juventud de entrar en religión.
—No volveré a servir a señor que se me pueda morir—, parece que manifestó.
En los nueve días de funerales en Granada oyó el sermón exequial de san Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, con el que tuvo oportunidad de hablar.
—Al volver Borja de Granada —cuenta el padre Juan de Polanco, secretario de san Ignacio de Loyola—, se sintió tan iluminado por la gracia que se puso a pensar seriamente sobre la reforma de su vida. Con gran valentía comenzó a darse a la oración, a la mortificación y a la lectura.
Francisco de Borja recuerda el aniversario de la muerte de la emperatriz en su Diario espiritual y, si no decidió entonces dejar el mundo, es cierto que empezó a llevar una vida más desprendida de los bienes terrenos.
Nombrado virrey de Cataluña y de los condados de Rosellón y Cerdeña en junio de 1539, desempeñó el cargo hasta abril de 1543. Las instrucciones del emperador comienzan así:
—Habéis de saber que el principado de Cataluña y condados de Rosellón y Cerdeña son una de las principales provincias de nuestros reinos y señoríos, de mucha importancia y cualidad. Por eso siempre hemos enviado personas de cualidad, de principal casta y linaje y personas que valen mucho…
Francisco de Borja entró por Tortosa el 14 de agosto de 1539 y juró los fueros de Cataluña en la catedral tortosina. El 23 de enero de 1540 llegó a Barcelona y en la catedral juró de nuevo respetar los fueros y usos de Cataluña.
Su actuación como virrey puede resumirse en estas tareas: la administración de justicia, la lucha contra el bandolerismo y rivalidades de los bandos, la defensa de las fronteras contra los piratas, y la preparación ante un posible ataque francés por el Rosellón.
Borja llevó en Cataluña una intensa vida de piedad y trató con los franciscanos del convento reformado del Jesús, entre ellos con san Salvador de Horta y también con san Pedro de Alcántara. En Barcelona conoció a los primeros jesuitas llegados a España, Pedro Fabro y Antonio de Araoz. Su amistad con estos jesuitas y la correspondencia que surge con Ignacio de Loyola irán sembrando el terreno para su futura entrada en la Compañía de Jesús.
Muere su padre en enero de 1543 y Francisco de Borja hereda el ducado de Gandía, donde marchará a tomar posesión al dejar Cataluña. En marzo de 1546 muere su esposa Leonor. Francisco rezaba a Dios que curase a su esposa y se dice en sus biografías que oyó una voz del cielo que le dijo:
—Puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si prefieres la vida, no será ni para tu beneficio ni para el suyo.
Y Francisco, derramando lágrimas, exclamó:
—¡Que se haga tu voluntad y no la mía!
Quedó viudo a los 36 años y con ocho hijos. Dura situación que le motivará dejar el mundo y pedir el ingreso en la Compañía de Jesús. El 2 de junio, tres meses después de la muerte de su esposa, hizo voto de castidad y obediencia al superior de la Compañía. Ignacio de Loyola le admitió, pero le recomendó mantenerlo en secreto, «porque el mundo no tiene orejas para oír tal estampido». Y le encargó que pusiese orden en los asuntos de sus hijos y que estudiase teología en Gandía. 

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