El corazón llora al verte
sobre la Cruz ya sin vida,
y quisiera retenerte
el caudal de tus heridas,
Cristo de la Buena Muerte.
Versos de Rodríguez Buzón
para cantar la majestad de uno de los Cristos más imponentes de la Semana Santa
de Sevilla. Se hallaba en la iglesia de la Anunciación, de la antigua
Universidad, atribuida la imagen a Martínez Montañés, cuando en el primer
tercio del siglo XX se formó una cofradía de estudiantes que le dio culto
procesional. El Cristo de la Buena Muerte salió por primera vez en la tarde del
Martes Santo, 30 de marzo de 1926.
Poco tiempo después, en
1928, apareció en el Archivo de Protocolos el contrato de encargo de este
Cristo y se descubrió su autoría. No salió de la gubia de Martínez Montañés, como
se decía, sino de su discípulo Juan de Mesa, que lo talló por encargo del
prepósito de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, padre Pedro de Urteaga.
La escritura notarial tiene fecha de 13 de marzo de 1620 –hace de ello 395
años– y en ella Juan de Mesa concierta con el padre Urteaga dos imágenes, una
de un Cristo Crucificado y otra de una Magdalena abrazada al pie de la Cruz, de
madera de cedro ambas y de la estatura ordinaria humana al precio de ciento
cincuenta ducados.
Este Cristo perteneció a
una hermandad creada en el año 1600 y radicada en la Casa Profesa de los
jesuitas. Compuesta por sacerdotes seculares, surgió de un grupo de clérigos
dirigidos del jesuita Fernando Núñez. Este les propuso fundar una congregación
de este «venerable gremio» bajo la protección de la Virgen María. Agradó la
idea y en número de diecisiete pasaron al cercano hospital de Nuestra Señora de
la Paz, para darle nombre y principio. Después de visitar a los enfermos
incurables, recogidos en aquel hospital, se postraron ante el altar de la
Virgen y le impetraron les iluminase para elegir la advocación con la que la
habían de honrar.
–Echaron en una urna
cédulas, en cada una, una de las fiestas de la misma Virgen; y dijeron sacase
la que quisiese a un niño inválido, que allí estaba, y sacó este la Inmaculada
Concepción de Nuestra Señora. No es decible el júbilo que concibieron en tal
feliz suerte aquellos devotísimos sacerdotes, porque era la festividad y
misterio que deseaban les saliese.
Esto cuenta el jesuita
Antonio de Solís, que escribió la historia de la Casa Profesa en 1755.
Redactaron las reglas de la nueva hermandad, «que aprobó y confirmó N. Padre
General Claudio y agregó esta Congregación a la Prima Primaria de Roma por
septiembre de este mismo año» (1600). Tenía su altar en el crucero, al lado de
la epístola. «Hízose un altar en el respaldo de San Ignacio, que mira a la
plaza de la Encarnación, y se puso en él con mucho adorno el bellísimo lienzo
de la Purísima, que es de la Congregación de los Sacerdotes, obra de Jesephano
Arpin, célebre pintor del Pontífice de Roma». «El fin principal de la
corporación era tributar espléndidos cultos a la Santísima Virgen en sus
principales fiestas, especialmente el 8 de Diciembre, y celebrar ejercicios
religiosos en Carnestolendas y en otros días del año; visitaban los presos de
las cárceles y a los enfermos pobres, procurándoles alimentos y confesándolos».
Entre sus cofrades se encontraron el cardenal Niño de Guevara, arzobispo de
Sevilla, el chispeante obispo auxiliar don Juan de la Sal, y el arcediano de
Carmona don Mateo Vázquez de Leca.
Una hermandad que murió no
sé cuándo. El Cristo quedó en la iglesia de los jesuitas cuando estos fueron
expulsados de España en tiempos de Carlos III. Convertida poco después la Casa
Profesa en Universidad Literaria, la iglesia de la Anunciación sirvió a los
cultos de los estudiantes. Y en ella seguía el Cristo, en sitio de tránsito,
casi olvidado, aunque reconocida la valía de su talla, cuando en 1914 el
catedrático P. Anselmo García Ruiz costeó un altar para salvar esta preciosa
imagen del lugar irreverente en que se encontraba. Años después, en 1924, se
formó la cofradía de nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y
Nuestra Señora de la Angustia, que le da culto hasta hoy.
Al pasar la Universidad a
la Fábrica de Tabacos en los años cincuenta, el Cristo de la Buena Muerte y su
Hermandad se hallaban un poco lejos y como desconectados del ambiente
estudiantil que nutre sus filas cofrades. Por eso, en el año 1966, pasó la
imagen a la Capilla de la Universidad, donde se venera, aunque la Hermandad
perdió la grandiosidad del templo de la Anunciación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario