lunes, 15 de diciembre de 2014

De Comillas, pero no jesuitas

Tengo entre mis manos, y me pesa al leerlo, un tomazo de más de ochocientas páginas, titulado «El cura y los mandarines», de Gregorio Morán. Un ensayo de la «Historia no oficial del Bosque de los letrados. Cultura y política en España 1962-1996».
El cura es Jesús Aguirre, el segundo duque de Alba consorte de doña Cayetana, recientemente fallecida. Y los mandarines, los intelectuales de ese período de la cultura española.
No voy a hacer un análisis o crítica general del libro. Me circunscribo a las ciento cincuenta primeras páginas, tras las cuales me he cansado y he dado al traste con este tomazo. Y en concreto a una parcela muy especial referida al cura Aguirre, la Iglesia y la Universidad Pontificia de Comillas, en la que estudié durante nueve años y que el autor aún no ha descubierto que no era «otro seminario santanderino, más lejano, más elitista y más interesante regentado por los jesuitas, pero donde se permite estudiar a chicos del clero regular (sic) siempre que lo prometan», distinto del que la diócesis de Santander tiene en Monte Corbán, cercano a la capital, «orientado para recoger sobre todo a los muchachos que venían del medio rural». Alguna vez se le va la pluma y lo llama Monte Cobián, pero esto es peccata minuta. Es decir, que a Comillas iba la gente bien de Cantabria, aunque a veces recogía a sujetos como Aguirre, de madre soltera, y afines, a pesar del «desprecio que esos mismos jesuitas sentían hacia esa clerecía baja y pobre que se dignaban admitir».
Su investigación, que dice le ha durado diez años, no le ha llevado a saber que ese Seminario elitista, ubicado en Comillas, no era un segundo Seminario de la diócesis santanderina, sino una Universidad Pontificia dependiente de la Santa Sede, en la que había estudiantes de todas las diócesis de España, de Portugal y de Hispanoamérica. En mis tiempos, unas mil personas vivíamos en La Cardosa, la montaña que besa el Cantábrico, donde estaban ubicados los diferentes edificios que componían la Universidad y donde se impartían seis cursos de Humanidades, tres de Filosofía, cuatro de Teología y dos de Derecho Canónico. Estaba regida por los jesuitas, pero los que estudiábamos en ella, la inmensa mayoría, éramos del clero «secular», no «regular», aprenda usted, aunque también había estudiantes jesuitas y de otras órdenes religiosas.

En la foto, marzo de 1961, Carlos Ros, andaluz, Javier Sádaba, vasco, Javier Gómez Cuesta, asturiano, y Josep Castanyé, catalán. Tres curas y Sádaba, el filósofo, que creo llegó a ordenarse de órdenes menores en Roma, pero no de presbítero.

El cura Jesús Aguirre, nacido en Madrid de madre soltera que se fue de Santander a la capital de España a dar a luz, aunque luego volvió con su hijo a su tierra, estudió en Comillas. Gregorio Morán no ha caído en el error de catalogar a Aguirre como ex jesuita, como han hecho recientemente, tras la muerte de la duquesa de Alba, TVE y la Cope. Pero sí cae en ese error al nombrar al filósofo Javier Sádaba, por dos veces en el libro, como ex jesuita. Javier Sádaba estudió cuatro años en Comillas, quinto y sexto de Humanidades y primero y segundo de Filosofía, y fue compañero mío de curso. No fue ex jesuita, Gregorio Morán, no, como tampoco lo fue el filósofo Xavier Zubiri, al que en otro libro suyo, «El maestro en el erial» (p. 239), califica también de ex jesuita. Error más garrafal, porque Zubiri no pisó Comillas, estudió en el Seminario de Madrid y posteriormente en Alemania.
Pero vayamos al libro. Si Gregorio Morán define a la Iglesia Católica como «una organización que ha sido capaz de crear durante veinte siglos una cultura de la hipocresía» (p. 118), ya podéis imaginaros cómo respira este señor. Todos los personajes de Iglesia que en el libro aparecen, pertenecientes al «nacional-catolicismo», son cavernícolas, rancios, inquisidores… Y supongo que hipócritas, ya que pertenecen a una Iglesia católica que lo es desde hace veinte siglos.
–En Comillas se hacían un par de cursos, que denominaban de perfeccionamiento, y luego otros tres de Filosofía. Eso será todo lo que haga Jesús antes de marchar a Alemania– dice el ínclito investigador.
En tal caso, yo que estudié en ella nueve años, los habría pasado repitiendo curso tras curso. La revista de los jesuitas «Razón y Fe» se edita, según él, en Barcelona, no en Madrid. Y de González Quevedo, que fue superior y profesor mío en Teología, dice de él que «día tras día, curso tras curso, clase tras clase, castigaba a sus alumnos con las mayores barbaridades contra los intelectuales, en general, y contra los orteguianos y unamunianos en particular».
No es que el padre Quevedo fuera santo de mi devoción. Era un integrista, es verdad, y yo tuve mis diferencias con él. Pero no debe pintarlo de esa manera un señor que solo habla de oídas. Le voy a contar yo, que lo viví, lo que ocurrió con Aguirre y Quevedo.
En octubre de 1955 murió Ortega y Gasset. Yo acababa de llegar a Comillas a estudiar Humanidades, no «un par de cursos de perfeccionamiento». ¿Perfeccionamiento de qué? Aguirre se hallaba en segundo de Filosofía. Esa noche, en el rezo en la iglesia antes de ir a dormir –no en su clase, porque no daba clases en Filosofía–, Quevedo dio la noticia de la muerte de Ortega. Debió de cargar las tintas en su anuncio, lo que provocó que tres filósofos –Jesús Aguirre, Antonio Dorado, que con el tiempo será obispo de Cádiz y Málaga, y Celso Montero, que será senador del PSOE– se levantaran y salieran de la iglesia. Los echaron de Comillas. Marcharon a Madrid y se vieron con Julián Marías, discípulo predilecto de Ortega, y este les puso en contacto con Emilio Benavent, obispo auxiliar de Málaga y también discípulo de Ortega. Esta parte la cuenta Julián Marías en sus Memorias. Dorado estaría en Málaga un tiempo y luego volvería a Comillas, Celso Montero se fue a su casa en Orense, y Aguirre marchó a Munich, donde se ordenaría de sacerdote con los años.
Señor Morán, ¡más investigar y más ponderación en el lenguaje, mon ami! ¿Le cuento que a mí también me echaron de Comillas en segundo de Teología, y sin embargo…? A los jesuitas les debo mi formación humanística –la mejor que se daba en España entonces– y pude leer de todo, y no me llame hipócrita por ser cura católico que me cabreo… ¡Ya está bien!

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