viernes, 28 de noviembre de 2014

Leyenda de doña María Coronel

Fundadora del monasterio de Santa Inés y heroína de una de las leyendas más hermosas de Sevilla, el cuerpo de doña María Coronel, después de casi seiscientos años, aún pervive con la marca en su rostro y en su pecho como testimonio elocuente de lo que cuenta Sevilla de generación en generación.


Un drama trágico bailaba alrededor de esta mujer y de su familia. Nació en Sevilla hacia 1334, hija de Alfonso Fernández Coronel, alguacil mayor de Sevilla y señor de Aguilar, hombre principalísimo en el consejo privado del rey Alfonso XI, y de Elvira Alfonso, hija del que fuera también alguacil mayor de Sevilla, Alfonso Fernández de Biedma. Casó en 1349 con Juan de la Cerda, descendiente por línea directa de Fernando III el Santo. En febrero de 1353 muere decapitado, por orden del rey don Pedro, su padre Alfonso Fernández Coronel, que se había sublevado contra el rey en la lucha nobiliaria que se desencadenó al subir al poder. Años más tarde, en 1357, muere decapitado Juan de la Cerda, su esposo, también sublevado contra el rey don Pedro, perdiendo doña María Coronel todos sus bienes, confiscados por el rey, que no recuperará hasta la venida al trono de Enrique II.
Por los años sesenta del siglo XIV, momento de nues­tra historia, el convento de Santa Clara, de franciscanas clarisas, es un monaste­rio floreciente. A él acude doña María Coronel, ya viuda y todavía joven de veintitantos años, a guardar su llorada so­ledad y huir de las instigaciones amorosas del rey Pedro I.
La escena primera se sitúa al pie mismo de la Torre de don Fadrique, esa magnífica torre, transición del ro­mánico al gótico, que antiguamente formaba parte del monasterio de Santa Clara, ubicado en su huerta. Los muros del convento no bastan para frenar al altivo rey don Pedro. Y el día fatídico llegó. Unos emisarios anuncian que tienen órdenes ex­presas y terminantes del rey de hacer salir de allí a doña Ma­ría Co­ronel y conducirla al Alcázar. Revuelos de tocas por el convento. Carreras precipita­das. Susurros tras las columnas. En mínimos se­gundos, todo el monasterio es sabedor de la noticia.
¿Qué hará doña María Coronel? Corre a la huerta y, al pie mismo de la Torre de don Fadrique, se esconde en un hoyo que el hortelano había preparado de antemano. Otras mon­jitas cubren el hueco con tablas y echan tierra encima, para disimular el escondite. Pero el engaño es muy burdo. La tierra removida es una clara denuncia del cuerpo del delito. ¿Se darán cuenta los esbirros de don Pedro? Porque éstos ya han entrado en el convento, rompiendo toda clausura. Llegan a la huerta, después de haber hurgado por todo el monasterio, y aquí surge el prodigio.
Cuando se acercan a los pies mismos de la torre, donde se encuentra el hoyo que oculta a doña María Coronel, prodi­giosamente la tierra removida se cubre de espesas matas de hierba, iguales a las de su alrededor. La tradición dice que esas matas eran de perejil. Por eso, años atrás, cuando la Torre de don Fadrique, torre encantada, testigo mudo e im­presionante de un acontecimiento tan milagroso, pertenecía al monasterio, las monjitas sembraban a su alrededor matas de perejil, en recuerdo de doña María Coronel.
La escena segunda se sitúa en el interior del monasterio. Es don Pedro, el rey mismo, quien acude al convento. La puerta reglar se abre ante el mandato imperioso del rey, quien co­rre presuroso por claustros y estancias en busca de doña Ma­ría Coronel. Esta, acosada, en carrera alocada, se refugia en la cocina, donde realiza el gesto heroico que la ha in­mortalizado: «El aceite, cuyo olor / tiene impregnada la brisa», lo vierte sobre su rostro.
Tanto don Pedro el Cruel como doña María Coronel son personajes muy de Sevilla, patrimonio de su tradición y de su historia. Han muerto, pero viven en el recuerdo indeleble de las tradiciones sevillanas. Protagonistas de un drama, muestran al visitante viajero el antagonismo de sus restos. Como antagónicas fueron sus vidas. El uno reposa sus cenizas en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla. La otra muestra su cuerpo entero en el monasterio de Santa Inés, por ella fundado en la vieja casa solariega de sus padres, donde puede ser contemplado incorrupto anualmente el día 2 de diciembre. Las clarisas os invitan a visitar ese día a doña María Coronel.

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