domingo, 2 de noviembre de 2014

60 años de la llegada de un cardenal Bueno

Hoy se cumplen 60 años de la llegada a Sevilla de José María Bueno Monreal como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión del conflictivo cardenal Segura.
Mientras Segura se hallaba en Roma presidiendo la peregrinación diocesana de las cofradías de la archidiócesis que ha acudido a la Ciudad Santa para celebrar la institución de la fiesta de la Realeza de María, el 2 de noviembre de 1954 aparecía en Sevilla Bueno Monreal, obispo de Vitoria, con carta de presentación del nuncio ante el cabildo catedral de Sevilla.


Los acontecimientos que se desarrollarán a partir de estos momentos son de película. Bien vale ese dicho de que «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla». Porque a Segura, Roma le había removido la silla y había colocado a Bueno Monreal, quien, aunque solo ostentara el título de arzobispo coadjutor, las bulas que llegarían de Roma con dos meses de retraso –de aquí lo rocambolesco del asunto– le daban a Bueno la dirección plena de la diócesis.
Roma llevaba ya años muy inquieta por el gobierno pastoral de Segura. Incluso trató de ponerle un obispo auxiliar (año 1950), en la persona de Tineo Lara, párroco de Omnium Sanctorum, a lo que se opuso tenazmente el cardenal. No amigo de delegar funciones, se creía con fuerzas para llevar la díócesis por sí mismo. En verdad, no quería a su lado sino súbditos, que así trataba a los sacerdotes de Sevilla, a los que no tuvo nunca particular afecto. Siempre se rodeó de sacerdotes traídos de fuera, a los que, curiosamente, fue cercenando uno tras otro. Cito solamente, como los casos más sangrantes, a Tomás Castrillo, su vicario general, y a Javier Alert, canónigo que fue de su íntima confianza.
A partir de 1950, debilitado por la edad, su gobierno autoritario se fue acentuando. Baste repasar los boletines de la diócesis para darse cuenta del disparatado gobierno pastoral de Segura. Su obsesión contra el protestantismo tuvo un colofón desgraciado con la quema de una capilla protestante en marzo de 1952 por universitarios. La prensa de Sevilla no se dio por enterada de este lamentable suceso, ni Segura aludió a ello en su órgano oficial, el Boletín del arzobispado. En la primavera de 1953, Franco acude a Sevilla para anunciar la construcción del canal Sevilla-Bonanza. Y Segura le hizo el desplante de recluirse en el Cerro de San Juan de Aznalfarache a dar ejercicios. La moral pública fue otra de sus batallas, con admoniciones pastorales contra los bailes y baños en las playas. Coinciden sus delirios inquisitoriales con la primera apertura del régimen hacia el exterior en 1953: el Concordato con la Santa Sede (27 agosto) y el Pacto con los Estados Unidos (26 septiembre). A Madrid viene un nuevo nuncio, Antoniutti, que asumirá la tarea de solucionar el caso Segura.
A todo ello, se une en Segura otro factor (no aireado hasta ahora, ni yo lo airearé) que influirá decisivamente en la postura radical de Roma para destituirlo. Pero este factor no saldrá a luz hasta que pasen los años y se abran los archivos vaticanos a los investigadores. Pero, para entonces, como dice el dicho popular, estaremos todos calvos.
Pero describamos sucintamente esta tragicomedia. A finales de octubre, Pío XII había firmado la bula de nombramiento de Bueno Monreal como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión. El 2 de noviembre, tomó posesión ante el cabildo sevillano. Segura, en Roma, se entera por una llamada telefónica que le da la noticia desde España. Ese día la carta que recibe de la Secretaría de Estado, firmada por Montini (futuro Pablo VI), no hace referencia a este hecho consumado. En el mejor estilo diplomático le da las gracias de parte del papa por «su caritativo homenaje» (limosna ofrecida al papa) con motivo de la peregrinación.
La bula de presentación del nuevo arzobispo coadjutor era terminante: «Te nombramos Coadjutor con derecho de futura sucesión de nuestro querido Hijo, Pedro, de la Santa Romana Iglesia Cardenal Segura y Sáenz, con todos aquellos derechos y potestades que competen a los Obispos residenciales... Y para que desempeñes este cargo con la debida dignidad Nos ha parecido, venerable Hermano, promoverte a la Iglesia arzobispal de Antioquía de Pisidia».
Fíjense que, siendo coadjutor, la bula pontificia le asigna el gobierno de la diócesis. A Segura le queda sólo el título. Como parece ser una contradicción, un año después, Roma nombra a Bueno Monreal administrador apostólico, más acorde este nombramiento con su poder jurisdiccional de la misma.
¿Fue elegante la forma como se llevó a cabo la defenestración del cardenal Segura? Tal vez le tenían cierto miedo en Roma y aprovecharon el momento de su ausencia de Sevilla para dar el golpe de gracia. Pero esto lo tendrán que decir los papeles secretos cuando salgan a la luz. Segura no fue recibido por Pío XII y en la visita a un dicasterio (pienso que para preguntar qué hay de lo mío) llegó a amenazar con pedir asilo político en Moscú. En Roma tomaron en serio la amenaza. Imaginen la fecha. Hacía un año que había muerto Stalin. Nos hallamos en lo más caliente de la guerra fría. Rige los destinos de la URSS Nikita Kruschev, el del zapato en la ONU; en Estados Unidos, el general Eisenhower. Y el cardenal Segura amenaza con tomar un avión y aterrizar en Moscú… Todo un esperpento.
Segura volvió a Sevilla y encontró que el arzobispo coadjutor sólo portaba una carta de la Nunciatura en la que le acreditaba para el nuevo cargo. Como buen canonista le recordó que aquel papel no servía de nada, eran necesarias las bulas. Y rompió la carta. Bueno Monreal pidió con urgencia las bulas a Roma y cuando llegaron, —cosa que tardó un tiempo, obligándole a salir de Sevilla hasta su llegada— Segura se plegó en obediencia. Vivió en su palacio arzobispal y el arzobispo Bueno en el Seminario de San Telmo. Aunque pervivió un par de años más, la artritis, las dolencias renales y la pesadumbre de verse desposeído por segunda vez de una archidiócesis (en la República lo fue de Toledo), debilitaron notablemente su salud. Murió en Madrid el 8 de abril de 1957. Franco tardó casi un día en dar su condolencia y el gobierno se oponía a ofrecer a Segura el entierro debido a la dignidad de un cardenal de la Iglesia. Fue Pla y Deniel, arzobispo de Toledo, quien asumió la responsabilidad de dar digna sepultura al difunto cardenal. Traído a Sevilla, fue enterrado en el Cerro de los Sagrados Corazones por él levantado.
Puedo decir que Bueno Monreal llevó con exquisita prudencia la vejez del cardenal Segura y ciertas intemperancias de sus sobrinos y allegados. Pausadamente fue templando los ánimos exaltados y conduciendo la diócesis a un ritmo nuevo mientras vivió el viejo cardenal.

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