sábado, 18 de octubre de 2014

Pablo VI, beato

Mañana será beatificado en Roma el papa Pablo VI, por el que siempre he tenido una simpatía especial. Gobernó la Iglesia de 1963 a 1978. Cuando llegué a Roma en octubre de 1967 para mis estudios, no pude verlo hasta diciembre, porque lo acababan de operar, no recuerdo bien si de hernia o de apendicitis. Se operó en el Vaticano. Allí mismo improvisaron un quirófano para que no tuviera que ir a una clínica romana.
Después, siempre que he vuelto a Roma, en mi visita obligada a San Pedro, acudo a las tumbas de los papas y rezo ante la tumba de San Pedro, para sentirme en unión con la Iglesia de Roma, y también ante la sencilla tumba de Pablo VI, el papa Montini, figura que he tratado especialmente este último año, por ser la mano derecha de Pío XII, especialmente en los años aciagos de la Segunda Guerra Mundial, en un libro de inminente salida a las librerías con el título Pío XII versus Hitler y Mussolini.


Antifascista por educación, de comportamiento liberal, el intelectual italiano Arturo Carlo Jemolo piensa que Pablo VI «acaso haya sido la figura más dulce de pontífice de los últimos ciento cincuenta años». También Jean Guitton, que tiene un libro titulado Conversaciones con Pablo VI, cuenta que el papa Montini «poseía una naturaleza dulce, delicada. Aborrecía hacer sufrir a nadie. No apagaba el tizón humeante». Si quiso ser papa –lo contó a un íntimo amigo– fue por seguir la obra de Juan XXIII, es decir, el Concilio. Jean Guitton, su mejor confidente, vino a decir:
–La visión de Juan XXIII se resume en una palabra: «rejuvenecer». Me parece verlo todavía –dijo– mientras pasa el dedo pulgar por el rostro para ocultar arrugas: aggiornamento. La visión de Pablo VI creo que es posible resumirla con una palabra que él pronunciaba con una aplicación lenta, marcando bien las sílabas: «pro-fun-di-zar».
El pastor Marc Boegner matizó que el Vaticano II fue un Concilio «convocado por Juan XXIII que no se hubiera atrevido a convocar Pablo VI», pero «llevado a feliz término por Pablo VI, que Juan XXIII no hubiera sido capaz de concluir».
Pero Montini no eligió el nombre de Juan, sino el de Pablo. Como dijo el cardenal Poupard:
–Montini eligió un nombre que llevaba implícito el alcance de su pontificado: Pablo, apóstol de los gentiles, el heraldo de la palabra, el viajero incansable, doctor y pastor, el reformador atrevido y avisado que no duda en cambiar las observaciones no esenciales para difundir mejor el mensaje del Evangelio.
Peter Hebblethwaite, en su biografía de Pablo VI, dice que es el menos clerical de los papas modernos. Y Giancarlo Zizola, escritor vaticanista, lo califica como el más lacio de los papas.
Jean Guitton dice tener pruebas fidedignas de que Pablo VI pensó seriamente en renunciar al papado.
–Estoy convencido de que había calculado la posibilidad de presentar la dimisión en el caso de que llegase a no sentirse capaz de cumplir con su tarea: «Pero el papado no es una función. ¿Acaso se puede dimitir de la paternidad?». «Sin embargo, yo he establecido un límite de edad para los obispos. ¿Por qué debería constituir excepción?». «No existen precedentes en veinte siglos. Solo la muerte...»
Y surge en Pablo VI la duda hamletiana, que siempre se le ha achacado. Convencido de ello, ya en sus últimos años, cuando las fuerzas le faltaban, sus cercanos en el Vaticano le convencieron de lo contrario. O tal vez temió que le reprocharan de «gran cobardía» como Dante Alighieri hizo con Celestino V en la Divina Comedia.
En España, en tiempos de Franco, tuvo un ambiente hostil del régimen y en la prensa franquista. Lo consideraban «enemigo de España». Le nombraban siempre Montini, no Pablo VI, de forma despectiva.
Contrario al fascismo de Mussolini y al nazismo de Hitler, lo fue también interiormente al régimen autoritario de Franco. Fue contrario al Concordato y al privilegio de pasar los nombramientos de obispos por la anuencia de Franco.
Un telegrama tuvo la culpa, siendo Montini arzobispo de Milán, en defensa de un joven catalán, Jorge Cunill, condenado por un tribunal militar a la pena de muerte. Como no se daba razón de la condena hasta la ejecución, tras el telegrama de Montini, aquella madrugada se cambió la sentencia por 30 años de reclusión para poner en evidencia al cardenal Montini por su «falta de información responsable». Pero gracias a esto, el joven Cunill se salvó de la muerte.
Peor fue en septiembre de 1975, con el fusilamiento de cinco condenados a muerte. Pablo VI apeló por ellos, pero en esta ocasión nada pudo hacer. La prensa del régimen –Arriba, Pueblo, la revista Fuerza Nueva…– pusieron al papa de chupa dómine.
Pablo VI inició los viajes por el mundo. Comenzó por una visita a Tierra Santa. Fue el primer bautismo de vuelo de un papa, y también será el primer papa que visitará las cinco continentes.
Dos países se le quedaron en el tintero, a los que le hubiera gustado ir: Polonia y España. Polonia, entonces bajo régimen comunista, no pudo realizarlo porque el primer ministro Gomulka se abstuvo de acusar recibo de su solicitud, más por temor al Kremlin que por oposición personal.
Para visitar España había un pretexto: el año santo compostelano de 1970. Pablo VI fue invitado por el arzobispo de Santiago, cardenal Quiroga Palacios. El ex-embajador ante el Vaticano, Antonio Garrigues, habló de ello con Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores, pero no se pudo vencer la negativa de Franco. Y el viaje a España no se hizo, con pesar de Pablo VI.

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