jueves, 24 de julio de 2014

Novicio de un año más: 73

El 31 de marzo pasado escribí que cumplía diez años. Y era cierto. Diez años de mi primer infarto, 31 de marzo de 2004, en que comencé a contar los días de mi existencia renacida, aunque un tanto atropellada.
Pero mi existencia real es muy otra. Hoy cumplo 73 años, 24 de julio, festividad de Cristina, Cunegunda y Sisenando, víspera de Santiago Apóstol, patrono de España… 73 años no es una edad aún caduca, al menos desde el punto de vista de la inventiva y de la actividad intelectual que no me falta.
Nací en la postguerra, año del hambre, 1941, en Santa Olalla del Cala, a las doce del mediodía, cuando el sol de verano pegaba fuerte en la sierra de Huelva. El pan blanco era un lujo y de niño veía pasar por mi pueblo camiones del ejército con pan blanco para Madrid. Y el café con malta, más malta que café. El café lo traían de estraperlo las mujeres de Portugal. Y los maquis por los montes. Conocí a algunos.
Conservo un librito titulado La infancia de nuestro hijo, donde mi padre anotaba curiosidades de mi primer año de existencia. Por ejemplo, la comadrona se llamaba Encarnación Castuera y fui bautizado el 14 de agosto, víspera de la Asunción, por el párroco don Francisco Hernández Fuentes, quien me dio también la Primer Comunión. Yo la recibí un domingo, y al domingo siguiente, mi hermano Paco, para aprovechar el mismo traje. Comencé a sonreír el 14 de septiembre de 1941, con 45 días, no está mal. Empecé a reconocer, el 15 de enero de 1942. Me sostuve sentado el 20 de abril. Pronuncié «papá» el 6 de mayo. Pronuncié «mamá» el 10 de mayo. Di los primeros pasos el 10 septiembre. Di el primer beso el 10 de octubre. Durante el período de lactancia, tomaba harina lacteada. Comencé a comer el 1 de junio de 1942. Y la guinda final:
–Carácter del niño durante el primer año: Serio, cariñoso.
Conservo también una foto de ese tiempo con un peluche entre las piernas, pero me da vergüenza mostrarlo.
Desde entonces –tiempos felices de infancia, a pesar de la carestía de la posguerra– he llegado con tropiezos hasta el día de hoy. 73 años no son pocos años. Por el camino han quedado no pocos compañeros de Bachillerato en los Maristas de Sevilla y compañeros seminaristas en la Universidad de Comillas. No estoy yo en situación, y nunca lo he estado, de negar los años que tengo, como parece ser la costumbre femenina. Que no es cosa de hoy el que la mujer los oculte. Ya Lope de Vega, en La Dorotea, decía: «Que los puntos y los años / no hay mujer que los confiese». Pero también hay ese dicho popular que dice: «El corazón del hombre no tiene edad». Y eso otro, también anónimo: «Se tiene la edad que el corazón manifiesta».
Chamfort, que tanto influyó en la Revolución francesa, dejó escrito en su De los pensamientos, máximas, caracteres y anécdotas:
–El hombre llega novicio a cada edad de la vida.
Pues algo así me siento hoy. Novicio de un año más, que acabo de estrenar, en el que pienso seguir proyectando las ilusiones de un jubilado, que ahora no es otra que culminar el libro que llevo entre manos. Espero sea el mejor de los que he escrito.
Novicio fue Konrad Adenauer –uno de los «padres de Europa» junto con Robert Schuman, Jean Monnet y Alcide De Gasperi–, que llegó a canciller de Alemania a los 73 años en 1949 y conservó el cargo hasta 1963, en gran parte responsable del «milagro económico» alemán.
A esta edad llegaron a su última etapa personajes tan relevantes y contradictorios como Charles Darwin, fallecido en 1882. Su libro, El origen de las especies, y su sepultura, en la abadía de Westminster. Vittorio da Sica, muerto en 1974, del que he reído sus películas y he gozado especialmente con su obra magna Ladrón de bicicletas. Alexander Fleming, médico escocés, descubridor de la penicilina, que tantas vidas salvó, muerto en 1955. Antonio Gaudí, arquitecto catalán. Supe de él por primera vez al llegar a Comillas en 1955. Frente a la Universidad estaba el palacio de los marqueses de Comillas y un edificio anexo, que se llamaba El Capricho, obra de Gaudí. Murió atropellado por un tranvía en Barcelona en 1926. Un extraordinario y original arquitecto y un hombre santo. Está introducida su causa de beatificación. Y El Greco, Doménikos Theotokópoulos, muerto a los 73 años en Toledo, en 1614. Una gran exposición de sus obras ha tenido lugar en la capital toledana en el IV Centenario de su muerte y he sentido grandemente habérmela perdido.
A veces, miro más hacia atrás, como los abuelos que cuentan sus batallitas a los nietos, y siento que me faltan las fuerzas que antaño tuve. Y también cierto pesimismo de la cosa nacional y de las cosas internacionales al ver los telediarios y leer la prensa. Y se me ocurre gritar con Mafalda:
–¡Paren el mundo, que me quiero bajar!
Pero soy optimista por naturaleza y por la providencia de Dios, que me sostiene en esta vida. Así, que me digo: ¡Adelante! Y como novicio novato, emprendo este mi año 73 como si fuera el primero de mi vida.

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