jueves, 10 de julio de 2014

La entrada bajo palio, invento sevillano

Todos los que vivimos en Sevilla y ya peinamos canas (los que las tengan, que lo mío más bien es un erial) recordamos  –de las muchas anécdotas en torno al cardenal Segura, que ya se hallaba en los últimos momentos de su pontificado antes de que fuera destronado de su diócesis por Roma– aquel mes de abril de 1952 en que Franco vino a Sevilla por espacio de unas dos semanas y el cardenal Segura se las ingenió para desaparecer de la ciudad, refugiándose en el Cerro de los Sagrados Corazones de San Juan de Aznalfarache, al lado mismo de Sevilla, a dar ejercicios espirituales a señoras, a sacerdotes y a hombres.
No se vieron. Segura dejó el campo libre a Franco y este paseó por la ciudad y visitó, con su esposa doña Carmen Polo, el Cachorro, la Esperanza de Triana, la Macarena y el Gran Poder; el 24 de abril presidió un consejo de ministros y el 28 pasó a pie del Alcázar a la puerta de los Príncipes de la catedral de Sevilla, vestido de paisano, y su esposa, con traje oscuro, velo y sin collares. Los recibieron el vicario general, Castrillo Aguado, y el cabildo en pleno, que introdujeron en la catedral a Franco bajo palio. Cuando pasó a Madrid y bajó del Cerro el cardenal Segura, tuvo a bien destituir a su vicario general. ¿Por haber introducido al general Franco en la catedral bajo palio? Eso se decía.
Pero esta anécdota de Segura me sirve para afirmar que la entrada bajo palio es un invento sevillano, que se pierde allá por el siglo XIV. Tal día como hoy, 10 de julio de 1327, el jovencísimo rey Alfonso XI, deseoso de recorrer las ciudades del reino, llegó a Sevilla.
–Aunque no consta el día de su entrada –cuenta Zúñiga en sus Anales–, estaba en ella a 10 de julio, día en que confirmó sus privilegios a las monjas de Santa Clara.
El recibimiento fue apoteósico. Lo especifica la Crónica, seña­lando que «Sevilla es una de las más nobles cibdades del mundo, et en quien ovo siempre omes de grandes solares». Alfonso XI pisaba Sevilla por primera vez.
–Et ante que el Rey en­trase por la ciubdat, los mejores hombres, et caballeros, et ciubdadanos descendieron de las bestias, et tomaron un paño de oro muy noble, et traxieronle en varas encima del Rey.
Es la primera referencia histórica de una entrada bajo palio, por lo que ha de pensarse que se trata de un invento más de los sevillanos. El barroco impera en Sevilla, como llevado en sus genes, antes de que el barroco se inventase.
Fue tal la magnificencia de la acogida sevi­llana, que los hombres de Alfonso XI volvían a Castilla ponderando el fasto de entrada tan ostentosa y divulgando un par de re­franes que ha perdurado hasta hoy: «El que no vio Sevilla no vio maravilla» y «A quien Dios quiso bien, en Se­villa le dio de comer».
Sevilla se deslumbró ante el jovencísimo rey de dieci­séis años que entraba por sus puertas. La Crónica lo pinta como «non muy grande de cuerpo, mas de talante, et de buena fuerza, et rubio, blanco et venturoso en la guerra». Y en la mirada de un historiador árabe: «era don Alfonso de mediana estatura bien proporcionado y de buen talle; blanco e rubio, de ojos verdes y mirada grave; de mucha fuerza y buen temperamento; bien hablado y gracioso en su decir; muy animoso y esforzado, noble, franco y venturoso en la guerra para mal de los muslimes».
Los muslimes, efectivamente, van a saber bien pronto del arrojo y coraje de este rey. La guerra será uno de sus deportes favoritos por donde encauzar sus energías. Y también una táctica política que empeñe a todos los nobles, tan díscolos e indisciplinados durante su minoridad, en una causa común: la guerra contra el moro. Logra el orden interno distrayendo las energías de sus caballeros en la lucha por la conquista del Estrecho.
Terminadas las fiestas de Sevilla, donde no han faltado «muchas danzas de hombres et de mugeres con trompas et ata­bales», comienza el cerco de Olvera, que se toma sin grandes dificultades, aunque en una escaramuza se perdió el pendón de Sevilla, y su gente, acaudillada por Ruiz González Manza­nedo, sufrió serios reveses.
A la vuelta de la guerra, Alfonso XI encontró en Sevilla su gran amor, doña Leonor de Guzmán, que tanto conflicto creará en el reino. Favorita que le dio muchos hijos frente a la reina doña María de Portugal, que solo pudo darle un hijo prematuramente muerto y a Pedro I el Cruel.

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