miércoles, 23 de abril de 2014

El «Santero de Sevilla»

El 23 de abril de 1878 –hace de ello hoy 136 años– murió en Sevilla el padre José Torres Padilla, fundador con sor Ángela de las Hermanas de la Cruz. La placita de Santa Marta, donde vivía, es un lugar privilegiado para subir al cielo. A su lado estaba el fundador de las Filipensas, Jerónimo García Tejero, su confesor, que recibió del enfermo varios encargos y el sitio donde estaba la caja con los pobres ornamentos sacerdotales que de­bían servirle de mortaja. A las once y cuarto de la mañana murió. El padre Tejero recitó las preces de rigor junto a otros sacerdotes que se hallaban en la habitación. Después salió y anunció a las Hermanas de la Cruz que aguardaban fuera la triste noticia. Ha muerto el «Santero de Sevilla».
Murió el martes de Pascua de Resurrección, último día de una Feria de Abril que aquel año comenzó el domingo de Resurrección.


Los fieles acudieron en masa a la casa mortuoria, al tener noticia de su muerte, y se consolaban tocando rosarios y otros objetos religiosos en el cadáver. Al día siguiente, fue llevado al cementerio de San Sebastián, situado al lado de la ermita del mismo nombre y al final de lo que entonces era el Prado de San Sebastián. Aún quedaban los rescoldos de la Feria de Abril. El féretro fue llevado a hombros por seis sacerdotes y el cabildo catedral acompañó el cortejo fúnebre hasta la Puerta de Jerez. Una vez en la ermita, no se vio la necesidad de enterrarlo enseguida, porque el cuerpo no daba aún signos de corrupción. Aquella noche del 24 al 25 de abril, fue velado por las Hermanas de la Cruz y algunos fieles, «conmovedora vigilia que contrastaba con el aspecto de la inmediata populosa ciudad, que dormía profundamente el sueño de las bacanales del día anterior» de la Feria de Sevilla. Por fin, al día siguiente, 25 de abril por la tarde, le dieron cristiana sepultura. Y en el cementerio de San Sebastián permanecieron sus restos hasta el 30 de abril de 1883 en que fueron trasladados a la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz.
Estas Hermanas lo consideran como padre fundador y dentro de unos días, el próximo 5 de mayo, se abrirá su proceso diocesano de beatificación en el Sagrario de la catedral.
Canario de nacimiento, fue canónigo de la catedral de Sevilla y asistió como teólogo al Concilio Vaticano I. Como docente, impartió clases en el Seminario Conciliar de Patrología, Disciplina e Historia Eclesiástica.
Piadoso y recogido, era hombre de estudio y de confesionario. Llegó a Sevilla en 1834, después de haber estudiado en la Universidad de la Laguna donde aprobó Latín en 1829 y Humanidades en 1830. Comenzado el primer curso de Filosofía, fue clausurada esta Universidad, y Torres Padilla, queriendo continuar sus estudios, embarcó para la península, dispuesto a seguir en la Universidad de Sevilla. El barco arribó en Cádiz, pero no pudo desembarcar por encontrarse afectada la ciudad por el cólera y siguió rumbo a Valencia. Se matriculó en la Universidad valenciana como pobre en segundo de Filosofía, que aprobó en mayo de 1834. Pasó a Sevilla y se acogió en el convento franciscano de los Terceros. A los pocos días, fue admitido en calidad de paje de su paisano el arzobispo de Heraclea, Cristóbal Bencomo, que pasó los últimos años de su vida en Sevilla. Pero el obispo protector, que gozaba de la dignidad de arcediano de Carmona, se le muere bien pronto, el miércoles santo, 15 de abril de 1835. Torres Padilla celebró su primera misa el 8 de marzo de 1836. Siguió con la Teología, que terminó en 1842. Humilde, sencillo, recogido, vivía por este tiempo en la calle de Hiniesta y cercanos tenía los conventos de Santa Isabel, de Santa Paula y de San Inés, donde confesaba.
Entre sus dirigidas espirituales predilectas están tres monjas conocidas por su espíritu místico. La dominica sor Bárbara de Santo Domingo, de la que tengo una biografía escrita que he titulado «Sor Bárbara de la Giralda», porque nació en lo alto de la Giralda, bajo el cuerpo de campanas, donde vivía con sus padres, él campanero segundo. La Madre Sacramento, mercedaria descalza de San José, figura conmovedora de la Sevilla mística del siglo XIX. Su muerte, en diciembre de 1879, causó honda conmoción en toda la ciudad. Su cadáver permaneció insepulto e incorrupto 19 días en el coro bajo del convento, pasando ante él toda Sevilla. Desgraciadamente sus restos desaparecieron en el incendio provocado en el convento por la chusma el 18 de julio de 1936, al inicio de la guerra civil. Y santa Ángela de la Cruz, de la que ya he contado cosas en otras ocasiones y de la que también he escrito un par de libros.
Hay una anécdota muy conocida de Torres Padilla. Tan recogidos llevaba por la calle sus ojos, que se decía que en los años que llevaba en Sevilla no había levantado la vista para conocer la Torre del Oro. Le preguntaban los amigos por qué tenía siempre la vista fija en el suelo y él contestaba:
–¡Como padezco de estómago…!
Uno replicó:
–¡No sabía yo que el dolor de estómago estuviese en los ojos!
No eran tiempos aquellos de solaz y recreación para los clérigos. Un presbítero, que se preciara de tal y deseoso de conducirse por el camino de la perfección, como lo pretendía Torres Padilla, no podía ir por la calle de otro modo. Era lo correcto. Pero no todos se comportaban así. Había clérigos que se permitían salir de paisano y se les veía así por paseos y otros parajes públicos. Pero para ellos estaba don Victoriano Guisasola, secretario de cámara del cardenal de la Lastra, arcipreste de la catedral y con el tiempo obispo de Teruel y otras diócesis hasta recalar en Santiago de Compostela, que había prohibido a los clérigos el uso del traje seglar y disponía de un alguacil mayor de la Mitra, entre bonachón y malas pulgas, y con amplios bigotes, que empuñando su bastón de borlas fisgoneaba y perseguía por las calles y plazas de Sevilla a la clerecía indómita.
Torres Padilla no era así. Era un cura santo, el Santero de Sevilla le llamaban, aunque en verdad resulte un poco exagerado eso de llevar los ojos tan recogidos.

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