domingo, 20 de abril de 2014

El Día del Señor

No hay momento mejor que el domingo de Resurrección para hablar del Día del Señor. Ya en los Hechos de los Apóstoles se decía que los cristianos se reunían el primer día de la semana “para la fracción del pan”. No escogieron precisamente el jueves, día de la institución de la Eucaristía, sino el domingo, en recuerdo de la resurrección del Señor. Para los primeros cristianos, el domingo era un día de fiesta, no una obligación. “Partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón” (2, 46).
Hay numerosos textos de los primeros años del cristianismo que refieren la alegría y el contento de los cristianos en sus reuniones dominicales. Pero me voy a referir a una muy significativa: el testimonio de los mártires de Abitinia en el año 304, durante la persecución de Diocleciano. Comparecen ante el procónsul 31 hombres y 18 mujeres por haberse reunido ilegalmente, desobedeciendo el edicto imperial. El presbítero Saturnino le contesta:
–Nosotros debemos celebrar el día del Señor. Es nuestra ley.
El lector Emérito, en cuya casa había tenido lugar el encuentro, exclama a continuación:
–Es cierto que hemos celebrado en mi casa el día del Señor, porque no podríamos vivir sin el día del Señor.
Y seguidamente añade Victoria:
–Yo también he participado en la reunión porque soy cristiana.
En un ambiente hostil, los cristianos sienten la necesidad vital de reunirse el domingo y sentir la alegría de celebrar juntos el día del Señor. Como escribió san Jerónimo:
–Todos los días fueron creados por el Señor, pero los demás días pueden pertenecer a los judíos, a los herejes y hasta a los gentiles. Nuestro día es el domingo, el día de la resurrección. Se le llama día del Señor, porque en ese día el Señor volvió triunfante.
Lo que también ratifica san Agustín:
–El día del Señor no fue revelado a los judíos, sino a los cristianos por medio de la resurrección de Cristo. Por esto lo celebramos.
No es tanto para nosotros un día de descanso (carácter propio del sábado judaico), cuanto un día activo de alegría. “Peca quien en este día está triste”, se lee en la Didascalia. “Pasamos en alegría el día octavo, aquel en que resucitó el Señor”, se dice en la Carta de Bernabé. “Celebramos el día del Señor como un día de alegría, pues en este día resucitó Cristo, y así se nos ha enseñado que en este día no debemos arrodillarnos”, escribe Pedro de Alejandría.
Fiesta y gozo, porque el Señor resucitó. Así podremos resumir el talante de aquellos cristianos en su reunión semanal en torno al altar. ¿Y hoy?
Lo dejo a vuestra meditación. Pero cuando se ve a más de un cristiano llegar tarde a la reunión dominical, jadeante, con las llaves del coche en las manos, colocado tras un pilar del templo y mirando continuamente el reloj para salir disparado antes de que termine la misa hacia su coche que le llevará presuroso al chalé de los domingos, uno se pregunta dónde está el gozo y la alegría, dónde la paz y la comunión de los hermanos.
Más parece una obligación y un trámite que cuanto antes y más rápidamente se pase, mejor.

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