viernes, 21 de febrero de 2014

La tristeza, para el demonio

Vamos a hacer el ejercicio saludable de la amabilidad y el buen humor. Como hicieron los santos. Los santos con buen sentido del humor, naturalmente. Que también los hubo, válgame Dios, de cierta rigidez de carácter o ánimo. Pero así es la naturaleza humana: también los tristes o los rígidos de carácter están llamados al Reino de Dios.
Prefiero, naturalmente, los santos alegres. Estos muestran más a las claras la excelsitud de un Dios nuestro que es alegría y fiesta. Es paz.
Ríe y hazte fuertedecía san Ignacio de Loyola.
San Juan Bosco, por ejemplo, fue un santo jovial donde los haya. Se divertía tanto con la chavalería que un día lo llegaron a tomar por loco. Del asunto se encargaron dos eclesiásticos muy serios, que determinaron que el mejor sitio para él era el manicomio. Cuando fueron a buscarlo, Don Bosco captó que le querían hacer una treta. Les acompañó al coche de caballos, que aguardaba en la calle, y muy deferente, les dijo:
–Ustedes primero.
Cuando hubieron subido al coche, Don Bosco cerró súbitamente la puerta y gritó al cochero:
–¡Al manicomio!
Hay quien ha dicho que «el buen humor constituye las nueve décimas partes del cristianismo». Bien, no es así exactamente; pero vale la intencionalidad o el trasfondo de una tal afirmación. «La tristeza, para el demonio», decía san Francisco de Asís.
Ha habido –y hay–, desgraciadamente, ciertas corrientes de espiritualidad incubadas por directores espirituales severos, que provocan ansiedad en el corazón de sus dirigidas. Les diría lo que escribió san Francisco de Sales, otro alegre santo:
–La ansiedad y la amargura son la ruina de la devoción.
Se quejó Teresa de Jesús a Jerónimo Gracián de ciertos prelados pesados que abrumaban a sus monjas. No hacían visitas sin levantar actas y dejaban a las monjas sin recreación el día que comulgaban. Gloso la respuesta de Teresa para que se entienda mejor en el lenguaje de hoy:
—Pues que se queden ellos sin recreación todos los días puesto que dicen misa cada día. Si los sacerdotes no guardan esto, ¿por qué lo han de guardar nuestras queridas monjas?
La respuesta es de un sentido común aplastante.
Mujer que es también humor:
—No era amiga de gente triste— dirá Ana de San Bartolomé, su secretaria—, ni lo era ella ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen.
Ni le gustaban los tristes santos. No utilizó esa expresión conocida de san Francisco de Sales: «Un santo triste es un triste santo», pero se le asemeja cuando dice:
—Dios me libre de santos encapotados.
¿Qué quiere decir Teresa de Jesús por encapotado? Encapotado es sinónimo de borrascoso, nublado, cubierto, cerrado, oscuro… frente a lo que es claro y despejado. O también, cubierto con el capote y puesto el rostro ceñudo y con sobrecejo.
Aunque nadie nos podrá privar de la cruz de cada día, el gozo de Dios debe presidir el rostro de todo buen creyente. «Un espíritu alegre –repetía continuamente san Felipe Neri– llega a la perfección con mayor rapidez que cualquier otro».
Los tiempos no son propicios, es verdad. Pero no olvidemos el dicho de Jesús, que han sabido captar los santos más perspicaces: cuando nos ronde la tristeza o el dolor, cuando la cruz pese más de la cuenta por dentro del alma, lavemos la cara y sonriamos a la gente que se cruza en nuestro camino. Y si no sabemos cómo, tal vez nos sirva aquella plegaria aparecida en la inscripción de Nabonid, padre del rey Baltasar, allá por el año 555 antes de Jesucristo: «Concédeme, ¡oh, Dios!, un gozo grande, a fin de que pueda servirte mejor».
Y demos gracias a Dios. ¿Sabéis? No hay cosa peor para un ateo que sentirse agradecido y no saber a quién dar las gracias.

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