miércoles, 26 de febrero de 2014

Cuidado con los jesuitas

No se asusten mis amigos jesuitas, que este título, «Cuidado con los jesuitas», lo he usurpado a la policía de Baviera, que en mayo de 1935, en pleno régimen nazi, cursó a todos los departamentos locales unas instrucciones que debían cumplir. Decía el dicho informe:
–Los jesuitas fomentan sistemáticas y extensas actividades en Baviera, para minar el Tercer Reich y cubrir de oprobio incluso al mismo Führer… Con el fin de atajar esta actividad subversiva y rebelde de los jesuitas, y contrarrestar su esfuerzo propagandístico en Baviera, hay que prestar creciente atención a sus apariciones en público; hay que evitar por todos los medios los mítines públicos; hay que vigilar las reuniones privadas, imponer las penas más severas a los delincuentes y castigar implacablemente las declaraciones injuriosas contra el Estado con «custodia protectora»…
Yo he estudiado con los jesuitas nueve años en la Universidad Pontificia de Comillas, y les debo gran parte de mi formación humanística, lo que he sido y lo que soy. Los saco a colación porque este año de 2014 se cumplen doscientos años de su restauración en la Iglesia. No ha habido orden religiosa en la historia más perseguida que la Compañía de Jesús. Por algo será.
Fundada por san Ignacio de Loyola, fue aprobada por Paulo III en 1540. Dos siglos después, en la noche del 2 al 3 de abril de 1767, fueron expulsados de España por un decreto de Carlos III. Una decisión despótica de graves consecuencias pero que contó en su tiempo con el beneplácito callado de muchos ilustrados, entre ellos el cardenal Solís, arzobispo de Sevilla. Los bienes de la Compañía de Jesús fueron confiscados en España y en las Indias y 2.700 jesuitas tuvieron que abandonar los reinos de España. Los edificios jesuíticos en Sevilla pasaron a otros quehaceres. Por ejemplo, la Casa Profesa sirvió para albergar la Universidad de Sevilla. La Compañía no sólo sufrió la expulsión de España, también de Portugal y otros países europeos, hasta ser disuelta por Clemente XIV en 1773.
Hay una anécdota del último cónclave que si non è vero è ben trovato. Al ser elegido papa Jorge Bergoglio, cardenal argentino y jesuita, otro cardenal le susurró:
–¿Por qué no te pones el nombre de Clemente?
Como diciendo: un Clemente os disolvió, otro Clemente se asienta ahora en el trono de Pedro.
Curiosamente, la Compañía de Jesús pervivió en Rusia durante esos años de disolución en los países de Europa, dominados por la Ilustración. Cuarenta y un años después, 7 de agosto de 1814, fue restablecida por Pío VII por la Bula Sollicitudo omnium ecclesiarum.
La Compañía quiere celebrar este bicentenario, centrándose en el estudio de la llamada Restauración y en la divulgación de esta última etapa histórica. «Un mejor conocimiento de la historia les ayudará a mejorar en sus trabajos apostólicos del presente y del futuro», así se ha expresado el General de la Compañía al hacer pública la celebración de este aniversario. El primer acto ha tenido lugar el 1 de enero con una misa de acción de gracias en la iglesia del Gesù de Roma, presidida por el papa Francisco.
Ese año de 1814 comenzó a reinar en España Fernando VII que permitió la vuelta de los jesuitas. En 1816 llegaron algo más de un centenar de los supervivientes de la supresión. Ya el año anterior, Sevilla fue la primera ciudad que solicitó su presencia por medio del Cabildo secular, pero al llegar encontraron no pocas dificultades en recobrar siquiera una casa de las seis que habían tenido antes de la expulsión. Al fin consiguieron en 1817 la Casa Noviciado de san Luis. Al mismo tiempo abrieron unas escuelas anejas a este edificio. Pero tres años más tarde, en la revolución de 1820, Trienio Liberal, fueron desterrados de nuevo por las Cortes. Este será el sino de los jesuitas en el siglo XIX: un cúmulo de expulsiones unas detrás de otras.
Vuelven en 1823. En Sevilla abren dos colegios, pero llega una nueva disolución: en 1835, la Compañía es disuelta por las Cortes. Con el concordato de 1851, la Compañía es reconocida en España pero solamente como orden misionera; y de pleno derecho en 1856. Con la revolución septembrina de 1868, nueva expulsión. En 1869 vivían dispersos por la ciudad de Sevilla una veintena de jesuitas. En marzo de ese año, ya serenados los ánimos revolucionarios, pudieron abrir un colegio. En 1877, la presencia de los jesuitas en Sevilla era de unos 39 religiosos, que se distribuían por cuatro casas: el Hospicio de San Luis, la residencia de la calle Peñuelas, el colegio de Argote de Molina, y la residencia del Hospital de San Juan de Dios.
Ya en el siglo XX, en 1905 abría sus puertas el Colegio del Inmaculado Corazón de María, en la plaza de Villasís, que fue incendiado el 11 de mayo de 1931, al inicio de la II República. Y nueva expulsión. En febrero de 1932 es disuelta la Compañía de Jesús en España por las Cortes. Vuelven en 1939, una vez finalizada la guerra civil, y abren la Residencia y el Colegio de Villasís, que pasará a Portaceli en el curso 1949·50.
Volviendo al principio, recuerdo que hace cinco años visité el campo de concentración de Sachsenhausen, a 35 Km de Berlín. En uno de sus pabellones, en una celda de castigo, aparecía en su puerta el nombre de quien la había ocupado: un jesuita. Siento no recordar su nombre. Pero en él deseo sintetizar el valor de una Compañía de Jesús, vejada y perseguida por las fuerzas oscuras de este mundo, pero siempre surgiendo de las cenizas. Son admirables.

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